Sophie Dahl, la nieta escritora y exmodelo de Roald Dahl casada con Jamie Cullum que lleva toda la vida lidiando con las adicciones de su madre

Escribir cuentos infantiles bajo la sombra del apellido Dahl puede resultar intimidante. Pero cuando ese mismo apellido ha llevado a vidas que son más un cuento gótico de terror que literatura para niños, quizás sea más fácil.
La escritora Sophie Dahl.
La escritora Sophie Dahl.PA Wire/PA Images / Cordon Press

El escritor Roald Dahl dejó un legado complicado en todas sus vertientes. Como autor, sigue siendo imprescindible: las ventas acumuladas de sus libros infantiles superan los 250 millones de ejemplares. Pero el antisemitismo del que hacía gala y su trayectoria personal afectan incluso hoy a su obra, algo que ha vuelto a salir a la luz tras la polémica con Netflix, actual propietaria de todo su catálogo, que ha “corregido” sus libros en una nueva edición con un lenguaje tan neutro como criticado: ¿hasta qué punto se puede reescribir póstumamente la obra de alguien? Esa trayectoria personal tampoco fue mucho mejor en su vida privada. Pese a su numerosa descendencia (cuatro hijas y un niño), su matrimonio con la actriz Patricia Neal no fue precisamente feliz, especialmente para ella, atormentada por la frialdad británica del escritor y su inexistente concepto de la fidelidad.

Los descendientes del escritor tampoco tuvieron mucha mejor fortuna: la mayor falleció a los siete años por enfermedad. A su hijo Theo, que vive alejado de Inglaterra, le atropelló un taxi cuando era un bebé y sobrevivió por poco, entre constantes operaciones y lesiones cerebrales. A su hija más famosa, Tessa, Roald Dahl sólo le transmitió una vez el afecto paterno: antes de morir él, en 1990. 

Para entonces, Tessa ya había llevado una vida poco convencional. Criada, como el resto de la descendencia de Dahl, por una nanny inglesa, sus años rebeldes fueron algo más que rebeldes, entre fiestas eternas y flirteos con las drogas, el alcohol y algunos de los grandes caraduras de los 70. Como Peter Sellers. O el más desconocido Julian Holloway, con el que tuvo una hija a los 19 años, Sophie Dahl. Que nunca llevaría el apellido de su padre, porque su madre y él rompieron pronto. Eso fue en 1977.

Y el método de crianza se repitió en la generación de Sophie: en sus primeros años de vida, ella y el resto de sus hermanos (tres, nacidos de dos relaciones posteriores) también supieron lo que era criarse con la nanny –y el desarraigo: Sophie pasó por 10 colegios distintos y 17 hogares en sus primeros años de vida, en media docena de países, desde pisos de lujo en Estados Unidos a monasterios la India– mientras su madre se dedicaba a modelar, a salir en Time con la etiqueta de ser una de las personas más bellas del mundo, a escribir en Tatler y el Vogue británico, y a buscar en vano el cariño del Roald Dahl, cuya sombra permea una carta autobiográfica vestida de novela, Working for love. Allí, la protagonista Molly reflexiona sobre su infancia sin ser amada y los naufragios en que se han convertido todas sus relaciones con los hombres. Eso fue en 1988.

En 1990, Tessa decidió que la única forma de lidiar con la muerte de su padre y los temas tratados en su novela era aumentando el cóctel que la había acompañado desde la juventud salvaje: cocaína, valium y alcohol. Un pozo del que ya no saldría en décadas, mientras arrastraba a sus hijos por medio planeta. Una historia que cada pocos años ha dado titulares (desde la bancarrota familiar en 1997 hasta su detención en 2018 por impagos hoteleros) y a la que Sophie ha hecho referencia alguna vez: “'Crecí en un hogar”, contaba en su Instagram, “en el que había tanto problemas mentales como de adicciones. Sé que no soy la única que ha vivido esto, pero cuando era más joven a menudo me sentía así”.

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La publicación era para apoyar a Place2be, una organización para promover la salud mental entre niños y jóvenes, a la que representa y es uno de sus mayores orgullos. Sophie, que heredó la belleza de su madre, recorrió un camino similar. Issy Blow, la aún llorada editora del Vogue británico, la convenció para dar el salto a las pasarelas con 17 años. En una carrera en la que empezó como modelo de tallas grandes y luego pasó a la delgadez, lastrada también por los episodios de su madre, que intentó suicidarse cuando Sophie tenía 20 años, y estuvo dos años entre el coma y la parálisis. 

Un episodio que sucedió cuando la carrera de modelo de Dahl crecía sin medida. Desde Richard Avedon hasta Steven Meisel, los grandes fotógrafos  encumbraron su físico como nuevo referente finisecular, tras años de heroin chic. Hasta que Tom Ford, bajo la cámara de Meisel, la convirtió en la imagen definitiva de Opium, para Yves Saint Laurent. En una de las campañas más polémicas de la época: una icónica Sophie Dahl, completamente desnuda y el doble de pálida, ataviada únicamente con joyas y taconazos, inundó el planeta. La campaña fue ampliamente protestada por grupos conservadores en todo el mundo que, como un algoritmo de Instagram, consideraban ofensiva la desnudez.

Pero su futuro no estaría ni en las pasarelas ni en las marquesinas. Dahl también eligió compaginar ser modelo con las letras y las cabeceras de su madre: Tatler y Vogue. Y su talento como autora ha ido mucho más allá. Lleva publicando desde los 26 años, es una reconocida autora, cuyos libros de cocina y sus novelas son igual de divertidos. Se ha reconvertido en autora infantil, de notable éxito, y reserva sus apariciones periodísticas para sus pasiones: el hogar, como colaboradora fija de House & Garden, y los viajes, para la versión británica de Condé Nast Traveler. En 2010, mientras presentaba para la BBC una adaptación de uno de sus libros de cocina (La deliciosa señorita Dahl), se casó con el cantante y pianista Jamie Cullum. Tienen dos hijas y varias mascotas. El suyo es quizás el único final feliz salido de la vida de Roald Dahl.